ROCÍO JURADO

ROCIO JURADO

En el Festival Internacional de Cine de San Sebastian, el colega Agustín Trialasos me había estado proponiendo hacer yna serie de notas sobre Rocío Jurado, que corría imparable hacia el cénit.

Al regresar a Madrid recuerdo que por la zona de la calle Cartagena (cerca de los Laboratorios Fotofilm), me señaló hacia un ventanal iluminado y me dijo: “ahí vive Rocío”. Un detalle que persiste es que, por algún lado vi el letrero de “Pegaso”.

Guardo tesoros de la Jurado de una superexclusividad absolutaa e irrepetible. Por ejemplo cuando me cantó en privado y, en ambos casos, a bordo de una limosina.

En Nueva York, saliendo del aropuerto. Había llegado para otra gala de la ACE e íbamos a cenar al “Gulligan’s”. Le recordé la película “La querida” y las canciones de Manuel Alejandro. Allí mismo me canto “sé que no re quiere como a mi, aunque esté contigo; sé que no te da lo que me ha dado a mí, aunque sé que al fin se irá contigo”.

Al día siguiente compartiría estrellato y velada con Pácido Domingo y Dyango.

Resulta curioso cómo el recuerdo de Dyango va unido en mi mente con el de Rocío, con él comienza mi relato junto a la chipionera y con él se escribe casi el capítulo final.

Una noche, me encontraba en Los Violines con Sophy y, en plena actuación, se me acercó el promotor Oscar Novo (uno de los más grandes y sabios que he conocido) y me propuso que trabajara con él, que iba a comenzar la nueva gira de Dyango. Yo había leído que Pepe se presentaba en el Anfiteatro Universal de Los Angeles con Rocío Jurado. Así es que aproveché la propuesta y le contesté que “sí” a condición de que me invitara a ese concierto en Los Angeles. Así se hizo.

Al día siguiente del gran concierto, me llevé el primer premio de la lotería, pues compartí la jornada con Rocío, ya que se quedó allí. Ella y Dyango tenían un almuerzo privado con el “jefe” de la compañía discográfica (EMI/Odeon). Salió de compras, como era habitual en ella y lo es en casi todas las estrellas. Recuerdo que al regreso al hotel,  desde la ventanilla se veía el famoso edicicio de la Capitol Records (que está en los discos de Sinatra y otros grandes) y Rocío, señalándolo con orgullo, dijo “ésa es mi casa de discos”.


Algo que me había llamado la atención en el concierto de la víspera es que Dyango hizo la primera parte. Después, Rocío. Cuando todos pensábamos que, como suele suceder, cantarían un dúo para cerrar; suenan los acordes de “Porqué me habrás besado” y lo canta Rocío “en solitario”.

Nunca supe si Dyango se había negado a “sustituir” a Juan Pardo o qué. Yo era (y sigo siendo) muy prudente… Con los años y con el que sería el último concierto de Rocío en Miami, compartió escenario con Dyango (él, con ella y con Raphael han sido siempre los ídolos incontestables del público cubano-miamense). También en este caso la primera parte era para él, que ante los atronadores aplausos y peticiones, cantaba y cantaba. En estos teatros hay un horario riguroso, lo cumples o te cortan en vivo para no pagar “overtime” a precio de oro. Me dicen entonces que Rocío está en el camerino esperando su salida y subiéndose por las paredes, gon la bilirrubina y la glucose a millón y a punto de soponcio.

El otro momento de oro en la limosina con la chipionera (también en el camino del aeropuerto a su apartamento), fue en Miami. Llevaba el disco que acababa de lanzar en España, producido por Juan Pardo, y me cantó “Quién te crees tú”, arrodillada en la limo y con sus magistrales gestos de mano, mirándome a los ojos.

Rocío estaba en plena temporada depresiva. He caído en la cuenta con bastante retraso. Un día compartimos un almuerzo en un restaurante italiano de Coconot Grove con Valeria Lynch, la gran diva argentina, con la que también trabajaba yo por entonces. Antes de terminar de comer, Rocío se puso a llorar y comentó una vez más “que trabajaba demasiado, que tenía que tomar un descanso”.

Esa misma noche, acompañé a Valeria, a su entonces marido Héctor Cavallero y a sus hijos a cenar en la casa de un mago muy famoso, que sde había retirsdo a Miami, y me comentó alucinada que “era la primera vez en su vida que veía llorar a una artista, quejándose por mucho trabajo y contratos”.

Rocío guardó siempre un gran recuerdo y un gran respeto por su ex Pedro Carrasco. En una ocasión en que salió a colación su carrera boxística, ella defendió, como había hecho siempre, que “se retriró como campéon invicto”.

Cuando ya habían sonado con eco hasta en América, las desavenecias y la posible separación de la pareja, Rocío acababa de llegar de otro de sus innumerables viajes y recuerdo que le pregunté sobre la veracidad del rumor. “Qué va! -me respondió–. Si antes de venir, ¡me hizo un homenaje!”.

Recordaba muchas anécdotas de su querida y añorada madre. Mi favorita era la ocurrida en México. Rocío estaba obteniendo un éxito avasallador en  El Patio. Ellas se hospedaban en una pensión u hotelito, no recuerdo bien, pero en todo caso en una habitación. Por El Patio desfilaban las grandes figuras del espectáculo mexicano. Como Marco Antonio Muñiz que la había invitado a comer en su casa y que acusdió a aplaudirla. Al final pasó a felicitarla y a despedirse, en el camerino,  donde estaba con ella y como siempre, su madre.

“Bueno, recuerden que las espero el domingo a comer, en su casa”.

Dijo al salir y su madre se asustó: “¿cómo que van a comer a casa?, ¿qué vamos a hacer?”

“Cuando aquí dicen “su” casa, no se refieren a la nuestra, sino a la de ellos”.

Otro día, cuando iba a presentarse en el Kennedy Center de Washington, antes de ir al Hotel Watergate, me pidió que pasáramos por el teatro (una mole grandiosa), e mirándolo, me dijo:

“Qué extraño. Tengo una eensación que no tenía desde hace años. Cuando recuerdo que, al principio de mis giras, a veces llegaba a algún  sitio, y le decía a mi madre: “¿se llenará, tendré éxito?”

Sí, también hay que mucho que contar sobre este viaje.

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